martes, 8 de enero de 2008

EXPERIENCIA DE VIAJERO

Estando en el aeropuerto de Santo Domingo, Estado Táchira, Venezuela, conversando con unos amigos, nació la idea de escribir este artículo. Tiene la intención, primordialmente, de reflexionar sobre el valor que tiene en nuestras vidas viajar. Pertenecemos a un pueblo, a una ciudad, a un estado, a un país. Pertenecemos a una cultura, a una sociedad, a una idiosincrasia, y a una forma de ver la vida y el mundo. Pero cuando tenemos la excelente ocasión de visitar otras naciones y conocer otras maneras de pensar y vivir en ellas, estamos adquiriendo algo de incalculable trascendencia. Siempre recuerdo y agradezco a mi padre – asiduo viajero – por ayudarme a asumir lo que significa conocer otras tierras. Ello me ha permitido, en mucho, aprovechar al máximo cada oportunidad que tengo de hacerlo. Siempre él me ha ratificado, y así lo he interiorizado, que lo aprendido en los viajes es imborrable, permanente enciclopedia en nuestro cerebro. Se pueden perder todos los bienes materiales, pero lo obtenido en los viajes es algo que nunca te podrán quitar y que constantemente te hace ver el mundo de otra manera.

Sobre la experiencia de viajar se pueden escribir muchas cosas. Una inicial es que hay diversos propósitos en viajar. Se puede hacerlo por turismo, por negocios, por placer, por trabajo, por necesidad, por aventura. En cada propósito se viven experiencias diversas. Viajar por turismo, a su vez, constituye todo un proceso. Creo que los viajes hay que planificarlos, prepararlos y diseñar un itinerario que le permita al viajero aprovechar al máximo su estadía y su dinero invertido. Ello es más explicable hoy en día, cuando existen limitaciones económicas para viajar. Hay que escoger los países y las ciudades más atrayentes y de mayor aporte cultural, desde el punto de vista turístico. Hay que saber cuánto tiempo se debe invertir en cada una, qué sitios de interés se deben conocer, la historia y progreso del lugar, la gastronomía típica, los medios de transporte idóneos. No es lo mismo viajar por avión, que hacerlo en tren, en vehículos de alquiler, en autobús con guía o en barco. Con cada medio de transporte se conocen lugares en forma distinta. Cuando se tiene una experiencia ya acumulada de viajes, y cuando se domina un idioma de habla universal, es más oportuno hacerlo libremente, sin ataduras de guías, de horarios inflexibles, de itinerarios rígidos. Esto nos permite quedarnos en un sitio el tiempo que consideremos necesario para impregnarnos de su cultura. En bachillerato y en la universidad nos relatan de acontecimientos, de lugares, de esculturas, de museos, de obras de arte, de iglesias, de monumentos célebres en la historia de la humanidad. Pero otra cosa es ver esa obra de frente, estar en ella, reflexionar allí mismo, donde ocurrió algo importante del acontecer universal. Pareciera que nosotros retrocediéramos en el tiempo y participáramos de aquel suceso como lo hicieron sus protagonistas. Entonces una emoción y vibración indescriptible recorre nuestra mente y nuestro cuerpo.

Viajar nos permite ver al mundo con otro aspecto. Es ver otras realidades, otras visiones, otros puntos de vista, el lado oculto de la luna, que nos hace más cosmopolita y, simultáneamente, más terrenal.

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